En el Evangelio de San Juan, capítulo 5, encontramos la poderosa historia de Jesús sanando a un hombre paralítico en el estanque de Betesda. Este milagro no solo revela el poder divino de Jesús, sino también su profundo mensaje de compasión y restauración.
El hombre, que llevaba 38 años esperando ser sanado en el estanque, se encontraba atrapado en una rutina de desesperanza. Cada vez que el agua se movía, intentaba llegar a ella para ser sanado, pero siempre alguien más llegaba antes que él. Estaba atrapado en un ciclo de sufrimiento y frustración, sintiendo que su sanación era inalcanzable.
Jesús, al verlo, no solo sintió compasión por él, sino que le preguntó: “¿Quieres ser sano?” Esta pregunta, a primera vista simple, tiene una profundidad espiritual enorme. Jesús no solo buscaba una respuesta física, sino también un cambio en el corazón del paralítico. El hombre, al reconocer su impotencia, responde que no tiene quien lo ayude. Es entonces cuando Jesús, con su poder transformador, le ordena levantarse, tomar su camilla y caminar.
Este milagro es una clara manifestación de la autoridad y el amor de Jesús. A través de su palabra, el paralítico recibe la sanación no solo en su cuerpo, sino también en su espíritu. Jesús no solo lo sanó físicamente, sino que lo invitó a salir de su zona de confort, a liberarse de la mentalidad de dependencia y a experimentar la libertad y la vida plena que solo Él puede ofrecer.
Este relato nos invita a reflexionar sobre cómo a veces nos encontramos atrapados en nuestras propias limitaciones, esperando que algo externo nos cambie. Jesús nos muestra que, a través de su poder y compasión, podemos ser restaurados y liberados. Nos desafía a abrirnos a su sanación, a confiar en su palabra y a aceptar su invitación a caminar en una nueva vida.
La sanación del paralítico no solo es un acto físico, sino un acto de fe. Jesús no necesitó el estanque para sanar al hombre, ni la intervención de los ángeles. Solo necesitó su palabra. Y esa palabra sigue viva hoy, llamándonos a creer, a levantarnos y a caminar con Él, dejando atrás las cargas y los miedos que nos limitan.
Como comunidad de fe, estamos llamados a experimentar esta sanación, a encontrar en Jesús la fuerza para superar nuestras paralisis, tanto físicas como espirituales. Al igual que el paralítico, podemos responder a su llamado a levantarnos y caminar, viviendo una vida transformada por su poder.